
Desde el momento en que llegas, el murmullo del agua y el viento se entrelazan con una sinfonía viva, donde los protagonistas no son instrumentos, sino los habitantes alados de este paraíso natural.
Los zorzales, con su canto melódico y dulce, se convierten en los primeros en saludarte al amanecer. Sus trinos, frescos y cristalinos, parecen danzar entre las ramas de los árboles, como un susurro de bienvenida. Ellos marcan el inicio de un nuevo día, un día que comienza con notas de serenidad y esperanza.
Más allá, en las copas de los árboles, el chucao, con su canto grave e inconfundible, ofrece una rítmica que conecta con el latir de la tierra misma. Es un sonido casi místico, que acompaña cada paso en el bosque y cada suspiro junto a las tinajas. Se acercará tanto que admirarás su confianza y valentía.
Y no lejos de allí, las bandurrias, con su característico llamado que resuena por el aire como un eco de campanas lejanas, añaden su toque solemne y sereno a la armonía. Su canto, marcado por el viento patagónico, acompaña los atardeceres, creando una sensación de pertenencia profunda con este rincón del mundo.
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En Tinajas El Mañío, los sonidos del bosque y sus habitantes no son distracciones, sino que forman parte de la experiencia, invitándote a detenerte, a escuchar, y a perderte en la magia de lo natural.


El Lenguaje de la naturaleza
Aquí, cada trino, cada canto, cada susurro del viento y cada melodía lejana es un recordatorio de que la naturaleza tiene su propio lenguaje, su propio idioma y lo comparte generosamente con quienes se toman el tiempo de escuchar.
Cada ruido tiene su espacio y su momento, creando una atmósfera que te invita a abandonar las prisas, a soltar las preocupaciones, y a sintonizar con el ritmo ancestral de la naturaleza.
Vive la experiencia de sincronizarte con el entorno
A medida que te adentras a Tinajas El Mañío, el canto de los pájaros se convierte en un canto interior. El tiempo deja de tener prisa, y lo que antes era ruido se convierte en un lenguaje que se comprende con el alma. Las aguas de las tinajas, el susurro del viento entre los árboles y los ecos de las aves te envuelven, llevándote a un estado de calma profunda, donde el corazón se sincroniza con la quietud del entorno.